Hoy es un día triste para todos los
que amamos el heavy metal. Anoche, mientras dormía en su casa, tras años de
lucha contra una esclerosis múltiple y a pocos días de haber cumplido 56 años,
falleció Clive Burr, baterista de Iron Maiden
entre los años 1979 y 1982, quien grabara los fundamentales tres primeros
álbumes del legendario grupo británico: “Iron Maiden” (1980), “Killers”
(1981) y “The Number of the Beast” (1982).
No voy a ponerme a escribir un
solemne obituario ni nada por el estilo, prefiero hablar desde la emoción,
desde mi experiencia al escuchar la música de la cuál Clive fue una pieza
clave. En estos momentos me encuentro escuchando el tema “Running Free” y
realmente el sentimiento y la energía que desplegaba en cada golpe sobre su
instrumento era incomparable.
El sonido genuino de la NWOBHM en
todo su esplendor estuvo presente en Iron
Maiden mientras Clive estaba tras los parches, aportando frescura, clase y
vitalidad, influenciando a miles de jóvenes bateristas metálicos a través de
los citados álbumes. Luego llegarían otros grandes discos dentro de la carrera
de la banda, pero sin Clive el sonido ya no sería el mismo, eso está más que
claro.
Si bien hacía años que ya no podía
tocar debido a su enfermedad, el sólo hecho de que ese muchacho, que tan lleno
de vida se oye tocando su instrumento en cada grabación, ya no esté más entre
nosotros, provoca una sensación de vacío y tristeza, que a mí en lo personal
por momentos me recuerda al día en que falleció Ronnie James Dio.
Por último, cabe agregar que Clive
Burr no solamente dejó plasmada su magia en Iron Maiden, sino que también fue baterista de diversos grupos de
rock y heavy metal, como Samson, Trust, Gogmagog, Stratus, Alcatrazz, Elixir, Desperado y Praying Mantis.