martes, 19 de mayo de 2009

Heaven & Hell en el Luna Park: el fuego sagrado de Black Sabbath jamás se extingue

Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fecha del evento: jueves 7 de mayo de 2009. Me resulta difícil empezar a escribir esta nota. La emoción vuelve a invadirme al recordar lo acontecido esa noche en el estadio Luna Park. Es fuerte estar ante gente que creó y perfeccionó no solamente un estilo de música, sino también un movimiento cultural que permanece con total vigencia hasta nuestros días.
Todo comenzó en la ciudad industrial de Birmingham, Inglaterra. Frank Anthony Iommi Urian, mejor conocido como
Tony Iommi, luego de mutilarse la mano derecha en un accidente en la metalúrgica donde laburaba, dio un giro inesperado a la música. Debió cambiar su manera de tocar, lo cual contribuyó a que la música que componía resultara más densa, oscura y pesada, con riffs aplastantes, introduciendo el Tritón (el SI bemol), conocida como “la nota del Diablo”. Nacía el Metal, porque, más allá de contemporáneos que tienen su gran mérito contribuyendo a dar a luz a este género (Led Zeppelin, Deep Purple, Blue Cheer, Sir Lord Baltimore, Alice Cooper, entre otros), Black Sabbath aporta desde su primer disco los elementos fundamentales que distinguirán al metal en toda su historia.
Uno de los compañeros de
Iommi que ideó gran parte del concepto oscuro de Black Sabbath es Terence Michael Joseph Butler, o sea Geezer Butler, creador de bases y ritmos opresivos que ambientan perfectamente la música del grupo, además de ser el autor de muchas de las letras durante los primeros años de la banda, cuando Ozzy Osbourne era el vocalista.
Vincent Vinny Appice es un gran baterista, de extensa trayectoria y muy reconocido en el medio. Aportó su característico golpe tanto en Black Sabbath como en Dio.
Ronnie James Dio, grande entre los grandes, el duende más poderoso, una de las voces por excelencia del heavy metal. Este hombrecito a los casi 67 años sigue siendo uno de los mejores vocalistas del género. Él fue quien introdujo definitivamente, inspirado en las tradiciones y supersticiones de sus antepasados italianos (su nombre real es Ronald James Padavona), el “malocchio”, la mano cornuta (los famosos cuernitos), el gesto, el saludo típico del metal. Su presencia y dominio escénicos, su carisma interminable, permanecen intactos.
Esta introducción nombrando algunos datos sobre estos músicos solamente viene a ilustrar y reforzar lo que a esta altura todo metalero debería saber: estos tipos son leyendas vivientes, son artistas y a la vez héroes de un movimiento. Y ellos fueron los encargados de brindar, ante un Luna Park colmado, uno de los mejores shows de
metal que pueden apreciarse actualmente en el mundo. Sí señores, durante esa hora y media, los que estuvimos dentro del mítico estadio cubierto presenciamos no solamente parte de la historia, sino una de las mejores ofertas metaleras de los tiempos que corren. Personalmente, asistí a uno de los mejores conciertos de mi vida.
A las 19:55,
O’Connor pisó las tablas y los músicos fueron tocando un tema tras otro casi sin pausa. Ante un público respetuoso pero en su mayoría indiferente, la banda que lidera Claudio O’Connor se despachó con un repertorio compuesto por temas de su último disco “Naturaleza Muerta” y algunos otros de su nutrida discografía; así fue que sonaron “Hasta ser libre”, “Jungla”, “Jardín de la eternidad”, “1976”, “Se extraña araña”, etc. El desempeño fue correcto, la banda sonó ajustada, con el sello de heavy metal/hard rock con matices alternativos y stoner que caracterizan desde hace años a la propuesta de O’Connor. El histórico frontman del metal argentino no ocultó su orgullo de poder participar de esta fecha, declarando en una de sus pocas interacciones con la audiencia que para ellos era un honor tocar antes de “nuestros maestros”. El cierre de su actuación logró sumar las voces de la multitud, ya que interpretaron “Otro día para ser” de Hermética. Aplausos y ahora sí, todo estaba listo para la llegada de “los creadores”.


A la hora 21, con puntualidad inglesa, los músicos de Heaven & Hell fueron ocupando uno a uno su lugar en el escenario mientras sonaba “E5150” a modo de intro. De más está decir que las más de 8.000 personas que estábamos en el Luna Park, con el campo colmado, sentíamos una emoción y euforia imposible de explicar en estas líneas. Sobre una puesta en escena austera pero poderosamente simbólica, que contaba con un fondo que asemejaba a un gran muro metálico remachado, con unas enormes vigas ubicadas a ambos lados de la batería de las cuales colgaban cadenas y con una iluminación sobria, efectiva y climática, esta “nueva” versión de Black Sabbath (en realidad es la misma formación que grabó los discos “Mob Rules” en 1981 y “Dehumanizer” en 1992) dio cátedra. Vinny Appice fue el primero en ocupar su puesto y, caminando tranquilamente, ingresaron Geezer Butler, de riguroso negro con una enorme cruz estampada en su remera, y Tony Iommi, inconfundible con su sobretodo de cuero negro, su vieja y legendaria guitarra Gibson Signature SG y una cruz plateada colgando del cuello. Por último, la gran estrella de la noche, en lo que a ovaciones por parte del público respecta, Ronnie James Dio, un duendecillo con atuendo medieval y dotado de una energía y vitalidad envidiables. El tema de apertura: “The Mob Rules”. El Luna Park explotaba, y eso que el tema sonó un poco bajo en volumen en cuanto a lo instrumental, con la voz de Dio opacando al resto. Pero ese detalle fue corregido en la segunda canción, la emotiva “Children of the Sea”, y a partir de ahí el sonido rozó la perfección (y en varios tramos la alcanzó).
La interpretación de “I” fue magnífica, imponente, con la multitud coreando mientras
Dio dotaba de intensidad y sentimiento cada estrofa, Appice y Butler construían la enorme base rítmica sobre la cual Iommi se movía a gusto con sus riffs bien pesados, arreglos y solos precisos, además de derrochar clase y carisma (a él también se lo pudo ver haciendo los cuernitos). Una vez más sobraban las palabras. Y la “misa negra” recién empezaba.
“Time Machine” mantuvo el brillo del show y estuvo coronado por un solo de batería en el cual Vinny Appice mostró algunos trucos pero sin llegar a entusiasmar del todo. Antes, había sonado el corte de difusión del disco nuevo recientemente editado,
“The Devil You Know”: “Bible Black”. Impresionante, una canción con destino de clásico que en vivo pone la piel de gallina, inclusive mucha gente que aun no la conocía enseguida se copó como si fuera otro de sus gloriosos himnos.
“Fear” fue la segunda de las composiciones nuevas que tocaron. Con un ritmo
doom denso y épico, Iommi se luce en un nostálgico e impecable solo. Luego llegaría una de las que, en mi opinión, es una de las piezas más sublimes de su obra: “Falling Off the Edge of the World”, canción que introduce de lleno a
Black Sabbath en los 80’s, con un sentimiento y poder sumados a una letra que con real sensibilidad anticipa un devenir apocalíptico para nuestro mundo. Observando la decadencia que nos rodea, semejante lírica hoy en día cobra más vigencia que nunca.


“Follow the tears” fue el último que tocaron de su nueva placa. Quedaba poco para el momento cumbre del concierto. “Die Young” es otra composición que rompe las barreras del tiempo, que demuestra una vez más que las grandes creaciones son atemporales, que esto es arte de verdad, que el metal es para siempre! Lágrimas brotan de varios fanáticos, sin importar su edad. La magia está presente y se manifiesta en todo su esplendor con la canción que actualmente le da nombre a la banda: “Heaven and Hell”. Todos unidos bajo un mismo grito coreamos ese tema, en una demostración de poder y pasión absoluta, difícil de transmitir mediante palabras, simplemente heavy metal puro enfervorizando a las huestes metálicas de ayer, de hoy y de mañana. Este tema como era de esperarse se extendió mucho más, con Iommi y Geezer improvisando con destreza y Dio haciendo gala de toda su sabiduría vocal. Verlo al cantante haciendo los cuernitos parado frente a una luz roja que solamente lo alumbra a él en la oscuridad es una imagen que jamás se borrará de nuestras mentes. Nada más para pedir, sin duda ya habíamos recibido demasiado, era el cierre ideal.
Pero aún había más. Luego de una corta ausencia, la banda volvió a escena y tras amagar con un fragmento de “Country Girl” arremetieron con “Neon Knights” para que el campo
estalle en pogo. Ahí si, la despedida definitiva de estos caballeros que sonrientes saludaron al público. Yo desde mi posición en una de las cabeceras, aplaudía de pie como lo hacía todo el estadio. Dio fue el último en irse y se llevó consigo todas las banderas, remeras y demás regalos que le arrojaron los fanáticos, en una muestra de humildad propia de un verdadero grande. Fue exactamente una hora y media “entre el cielo y el infierno”.
Y así terminó esta noche inolvidable. Ojalá pueda repetirse esta visita el año próximo, teniendo en cuenta la gran repercusión que tuvo esta gira y que el nuevo disco recién se acaba de editar y deberán seguir promocionándolo en vivo. De todas formas, el sueño de muchos ya se cumplió y solamente nos queda dar las gracias a Tony Iommi, a Ronnie James Dio, a Geezer Butler y a Vinnie Appice (y por qué no, también a Scott Warren, tecladista que permanece oculto matizando y complementando la performance del grupo). Gracias por tanto metal, gracias por tanta música. Los héroes envejecen con dignidad y hasta el final de sus días transmiten a las próximas generaciones y a los suyos el valor de sus hazañas, siempre listos para ofrecernos un guiño y marcarnos el rumbo como lo hicieron antaño. Eso es lo que está haciendo
Black Sabbath actualmente, con otro nombre pero con la misma esencia, manteniendo viva la llama que ellos encendieron y que jamás se apagará.


*Las fotografías que ilustran esta crónica fueron tomadas por Fernando Serani para Metal Eye Witness y por José Luis García para Rolling Stone.

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